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Venezuela: Ataque con un helicóptero mientras la oposición intensifica su campaña para derribar a Maduro

Las cosas en Venezuela están cambiando día a día, a veces cada hora. Ayer, 27 de junio, un oficial de policía se hizo con un helicóptero y atacó los edificios del Ministerio del Interior y Justicia y de la Corte Suprema de Justicia, al mismo tiempo que hacía un llamamiento para que otros se unieran y derrocaran al gobierno de Maduro.

Este intento de golpe sigue a los fuertes disturbios en Maracay el lunes 26 de junio. La oposición, que se declaró en un estado de «desobediencia», ha convocado 4 horas de bloqueo de carreteras para hoy, 28 de junio, utilizando un lenguaje insurreccional.

El ataque del helicóptero fue perpetrado por Oscar Alberto Pérez, funcionario de la CICPC (Cuerpo de Investigaciones Criminales, Penales y Científicas), que había servido en la Brigada Aérea Especial de este cuerpo. Actuando con otra persona y utilizando su identificación policial logró abordar un helicóptero del CICPC desde la Base Aérea de La Carlota en el este de Caracas, que luego voló al centro de Caracas.

Al mismo tiempo, lanzó una serie de videos en su cuenta de Instagram en la que explicó que formaba parte de una red de oficiales en las fuerzas de seguridad y el ejército con vínculos con civiles que estaba exigiendo la remoción del presidente Maduro. Desde el helicóptero los golpistas desplegaron una bandera con las palabras «350 Libertad». Esto se refiere al artículo 350 de la Constitución Bolivariana que permite la desobediencia frente a un régimen o autoridad que pisotea los derechos democráticos o humanos, y que ha sido invocado por la oposición en los últimos días en sus intentos por derrocar al gobierno.

Los ocupantes del helicóptero abrieron fuego contra el edificio del Ministerio del Interior y Justicia, donde se realizaba una recepción para periodistas, celebrando el Día de los Periodistas. Luego voló al edificio de la Tribunal Supremo de Justicia donde lanzó cuatro granadas. Nadie resultó herido en los ataques. Ni el helicóptero ni sus ocupantes han sido capturados hasta ahora.

Hasta ahora, el llamamiento a un golpe de Estado contra Maduro no ha sido secundado por otras fuerzas de los organismos de seguridad ni por los militares, o por lo menos no se han hecho públicos tales movimientos. Sin embargo, después de 90 días de constantes y cada vez más violentas protestas y repetidos llamamientos de parte de la oposición reaccionaria para que el ejército intervenga y derribe al presidente, sería sorprendente que no hubiera elementos dentro del aparato estatal considerando esas opciones.

El ataque con el helicóptero y el llamamiento a un golpe generaron una situación muy tensa en Caracas y otras ciudades. Hubo protestas de la oposición e intentos de disturbios en varios lugares, principalmente en zonas de clase media y alta, pero esta vez también en algunos barrios obreros y populares (Manicomio y Caricuao).

En los últimos días la oposición parece haber ganado impulso de nuevo. Sus bloqueos en las carreteras han tenido una mejor respuesta de sus propias filas. Los disturbios en Maracay, Aragua, fueron muy graves, con más de 64 establecimientos saqueados, así como varios edificios oficiales, incluyendo las oficinas del PSUV, y un policía de la GNB muerto por disparos. El pasado fin de semana vimos repetidos ataques de violentos alborotadores contra la Base Aérea Militar de La Carlota en Caracas, donde los terroristas de la oposición retiraron la pesada valla perimetral y entraron en las instalaciones. Estaban armados con lanzacohetes caseros, cócteles molotov, granadas caseras, etc. Uno de ellos fue abatido por la Policía de la Fuerza Aérea al intentar lanzar una granada a la base aérea.

Lo que estamos viendo aquí no son protestas pacíficas a favor de la democracia, sino una combinación de ataques terroristas, apelaciones de los políticos de la oposición al ejército para que dé un golpe de estado, y ahora un ataque de helicóptero contra instituciones estatales. Nada de esto sería permitido en ningún otro país del mundo. Baste imaginar que violentos agitadores asaltaran una base aérea militar en el centro de Madrid, Londres o Washington DC. O imaginar una situación en la que individuos abrieran fuego contra las fuerzas de seguridad desde las manifestaciones en París o Berlín.

En un discurso antes del ataque, el presidente Maduro advirtió de la posibilidad de un golpe de estado y dijo que si algo le sucediera debería haber un «levantamiento cívico-militar como el del 13 de abril de 2002, pero 1000 veces más poderoso». Agregó que «si el país fuera envuelto en el caos y la violencia y la revolución bolivariana fuera aplastada, lucharíamos y lo que no pudo lograrse con los votos lo lograríamos con las armas».

El problema es que la situación no es como la de abril de 2002 en el momento del golpe contra Hugo Chávez. Desde hace algunos años se ha producido un profundo proceso de desilusión entre las masas bolivarianas. Esto es resultado del comportamiento de los burócratas y reformistas dentro del movimiento bolivariano, de la corrupción de los funcionarios estatales y del partido, de los ataques a la iniciativa revolucionaria de las masas, etc. Todo esto se combinó y agravó con la severa crisis económica y la incapacidad o falta de voluntad del gobierno para tomar las medidas necesarias para abordarla. Eso implicaría asestar un golpe severo a la oligarquía: los banqueros, capitalistas y terratenientes. En cambio, el gobierno ha estado siguiendo la política opuesta: hacerles concesiones, proporcionarles dólares a precios preferenciales y hacer llamamientos para que inviertan y sean productivos. Sin embargo, esto no es suficiente para la clase capitalista, que continúa su campaña de sabotaje e intenta derrocar al gobierno, con el respaldo total del imperialismo estadounidense.

En estas condiciones es dudoso que el pueblo revolucionario, que ha salvado y defendido la revolución, vuelva a salir en número suficiente para revertir un golpe. De hecho, es dudoso incluso si se movilizarán en número suficiente para dar legitimidad a las elecciones de la Asamblea Constituyente el 30 de julio.

La única forma de combatir a la oposición reaccionaria sería mediante la movilización revolucionaria del pueblo. Que esto es posible se muestra en los casos aislados de autodefensa armada en Guasdalito y Socopó, por ejemplo, y en las ocupaciones de las fincas de los terratenientes que han estado financiando los disturbios (guarimbas) en Pedraza, Barinas y Obispo Ramos de Lora, Mérida. También, el lunes 26 de junio, trabajadores de la refinería Guaraguao de PDVSA en Puerto la Cruz tomaron la iniciativa de disolver un bloqueo opositor de la vía pública en una rotonda cerca de su lugar de trabajo, hartos de días y días de ser bloqueados por un pequeño número de opositores.

Sin embargo, para que esto suceda a un nivel generalizado, se requerirían dos condiciones. En primer lugar, que se dé una dirección clara desde arriba a nivel nacional. Esto no ha sucedido. No ha surgido tal dirección para la actividad revolucionaria de las masas, incluyendo ocupaciones de tierra y de fábricas, la autodefensa armada, etc., ni del gobierno, ni de los líderes nacionales del sindicato bolivariano CBST.

La otra condición es que los trabajadores y los campesinos sientan que hay algo por lo que vale la pena luchar. Si lo que ven son aumentos de precios constantes mientras el gobierno hace concesiones a los capitalistas y sigue pagando la deuda externa, entonces se hace mucho más difícil organizarse y movilizarse para defenderlo contra la reacción.

El resultado exacto de este conflicto es difícil de predecir. Esta es una lucha de fuerzas vivas. La oposición reaccionaria podría eventualmente lograr derribar al gobierno a través de una combinación de caos y violencia en las calles con manifestaciones de masas que finalmente empujarían a un sector de las fuerzas armadas a organizar un golpe contra el presidente. Frente a un estancamiento prolongado en el que ninguna parte puede ganar de manera decisiva, combinado con disturbios y saqueos a gran escala, las fuerzas armadas o una parte de ellas podrían decidir intervenir, remover al presidente y avanzar hacia un gobierno «de transición» que incluya a antiguos funcionarios «chavistas», así como a opositores «moderados».

Los sectores más inteligentes de la clase dominante (si tal cosa existe en Venezuela) comprenden que los líderes de la oposición no tienen apoyo entre amplias capas de la población, y no serían adversos a algún tipo de gobierno «tecnocrático» que aplicara las brutales medidas de austeridad contra la clase obrera que requieren, tal vez dirigidas por un hombre de negocios como Mendoza, dueño de Polar, quien ha tenido cuidado de permanecer callado en los últimos meses.

Otro factor a considerar es que, a pesar del nivel de desmoralización de las masas revolucionarias, todavía hay un núcleo considerable de gente que está dispuesta a movilizarse contra las fuerzas de reacción (aunque hay un creciente sentimiento de que repetidas manifestaciones de masas no sirven para ese propósito). Cualquier intento de un gobierno reaccionario de revertir los mayores logros de la revolución (privatizar viviendas sociales, despidos masivos, ataques a activistas revolucionarios y a sus organizaciones, cierre de la Universidad Bolivariana o la UNEFA, desalojo de cooperativas campesinas por parte los terratenientes expropiados) se enfrentarán a una feroz resistencia por parte de los afectados. Un sector de las masas revolucionarias está ahora armada y tales enfrentamientos podrían, bajo ciertas circunstancias, conducir a enfrentamientos armados, acciones terroristas o incluso descender a una guerra civil. Si bien muchos altos oficiales del ejército se ocuparían de sus propios intereses (en los negocios, la corrupción, etc.) y apoyarían a cualquier parte que parezca más probable que les garantice impunidad, no es descartable que sectores de la tropa y de los oficiales de menor rango sean leales al pueblo revolucionario.

Lo que se puede decir es que la situación es muy grave. Una victoria de la oposición reaccionaria sería pagada cara por las masas de obreros, campesinos y pobres de los barrios. Esta semana solo, tres personas fueron quemadas por manifestantes de la oposición. A una le apuñalaron y prendieron fuego matones enmascarados en La Castellana, Caracas, al pensar que era un chavista. Dos jóvenes fueron amenazados con armas de fuego y luego quemados vivos en una barricada de la oposición en Barquisimeto, Lara, cuando se identificaron como chavistas. ¡Imagínese si esta gente llegara al poder!La clase dominante en Venezuela ha entrado en pánico. Ha perdido el control de la situación durante varios años. Cuando regrese al poder tendrá hambre de venganza y desatará los aullidos de la frenética clase media contra cualquier persona que haya apoyado al movimiento bolivariano y contra la clase obrera y los pobres en general.

En palabras del revolucionario francés Saint Just, «aquellos que hacen media revolución, cavan sus propias tumbas». La tragedia de la revolución bolivariana es que nunca se completó. Ahora estamos pagando el precio.

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