Prólogo de Alan Woods al libro “Revolución y contrarrevolución en España”, de Félix Morrow

Publicamos el Prólogo de Alan Woods al libro de Félix Morrow, Revolución y contrarrevolución en España, que será publicado de manera inminente por la Asociación Lucha de Clases. Este libro es un clásico de la literatura marxista sobre uno de los episodios más inspiradores y trágicos de la historia de la lucha de clases mundial. La obra de Félix Morrow es, sin lugar a dudas, el mejor análisis marxista que se haya escrito sobre este acontecimiento, y los lectores encontrarán en él una fuente enorme de conocimientos y análisis precisos y detallados sobre los años de la II República, la Revolución Española y la Guerra Civil.

portadaMORROWLa publicación de una nueva edición en español del clásico libro de Félix Morrow Revolución y Contrarrevolución en España es una ocasión para celebrar. Cuando estuve en España en la década de 1970 como participante activo en la lucha revolucionaria contra la dictadura de Franco, una de las primeras iniciativas que tomé fue conseguir que esta importante obra (que era completamente desconocida en España en ese momento) fuera traducida al español. La hicimos circular en un formato duplicado bastante primitivo, que se pasó de mano en mano hasta que las páginas se caían a pedazos.

Recuerdo que tuvo un impacto profundo en la gente en ese momento, y estoy seguro de que su impacto no será menor ahora. Cuatro décadas después de la caída de la odiada dictadura, una nueva generación de jóvenes luchadores se está forjando en el fuego de la lucha de clases.

La Revolución Española

El 17 de julio 1936, los oficiales fascistas y monárquicos radicados en el Norte de África, proclamaron una rebelión militar contra el gobierno republicano. Pero este fue el resultado inevitable de un proceso que había comenzado cinco años antes, cuando la reaccionaria monarquía borbónica cayó como una fruta podrida y las masas salieron a las calles para proclamar la República el 14 de abril de 1931. Con la precisión de un maestro cirujano, Félix Morrow traza este proceso paso a paso a través de todas sus etapas, poniendo al descubierto la mecánica de clase que hay detrás de él.

Morrow explica cómo la burguesía era incapaz de resolver los problemas de la sociedad española. Al igual que la burguesía rusa, la clase dominante española se había desarrollado demasiado tarde para llevar a cabo el papel progresista que había sido desempeñado por la burguesía francesa en el siglo XVIII. La burguesía republicana y liberal vivía con el temor a los trabajadores y campesinos que presionaban por sus propias demandas. Una vez que la clase dominante española comprendió que ya no podía gobernar a través de los medios «democráticos», se preparó para el derrocamiento del gobierno.

Con una gran cantidad de detalles y citas de periódicos de la época, Félix Morrow expone la falta de voluntad y la incapacidad completa de los republicanos burgueses para combatir a los fascistas desde el principio. Cuando los oficiales fascistas lanzaron su rebelión contrarrevolucionaria contra la República, el gobierno suprimió las noticias y se negó a armar a los obreros. Esto no fue un accidente. Fluía de su punto de vista de clase. Los burgueses republicanos tenían más miedo de los trabajadores que de los fascistas.

Pero la victoria de Franco no era inevitable. Lo que faltaba en España era la presencia de un partido y de una dirección genuinamente revolucionarios que estuvieran dispuestos a ir hasta el final. En Rusia en 1917, ese papel fue cumplido por el Partido Bolchevique bajo la dirección de Lenin y Trotsky. La tragedia de la Revolución Española fue que no existía tal partido. En el momento de la verdad, todas las direcciones existentes traicionaron la Revolución y entregaron a los trabajadores y campesinos a merced de los fascistas.

El Frente Popular

RepúblicaHoy en día, mucha gente en la izquierda confunde el frente popular con la idea de Lenin de un frente único. Este es un error muy grave. En realidad, el frente popular no tiene nada que ver con un frente único, un frente obrero o un frente de izquierda. Representa una política de colaboración de clases, que subordina los partidos obreros a los partidos de la burguesía liberal. Lenin propuso originalmente la idea de un frente único como un frente unido para la acción entre los partidos obreros (socialistas y comunistas) contra los partidos burgueses. Fueron los mencheviques, no los bolcheviques, quienes abogaban por un frente «democrático» entre los partidos obreros y los partidos de la supuesta burguesía progresista y liberal – una política que Lenin denunció con vehemencia.

En 1917, Lenin rompió con Kámenev y Stalin cuando abogaban por un apoyo crítico al gobierno provisional burgués liberal, exigiendo que los trabajadores y los campesinos tomaran el poder en sus propias manos («Todo el poder a los soviets»). El frente popular en España no estaba basado en la concepción de Lenin, sino en la de los mencheviques, y tuvo resultados desastrosos.

En 1936, los socialistas y comunistas se unieron, no con la «burguesía progresista», sino con la sombra de la burguesía. Los verdaderos capitalistas, banqueros y terratenientes habían huido en su mayoría hacia el lado de Franco al comienzo de la guerra civil. La única fuerza social que quedó para luchar contra el fascismo fueron los obreros y los campesinos. Después de la victoria del Frente Popular en 1936, la clase obrera, que había aprendido a desconfiar de los liberales por su amarga experiencia entre 1931 y 1933, pasaron de inmediato a la acción. En cuestión de días, a través de la acción directa, llevaron a cabo el programa del Frente Popular desde abajo. Hubo constantes enfrentamientos entre trabajadores y empresarios. Los campesinos comenzaron a apoderarse de la tierra. Pero mientras que en Rusia la tierra fue dividida en pequeñas propiedades campesinas, en muchas zonas de España los campesinos establecieron colectividades. La reacción estaba cada vez más alarmada.

Detrás de la pantalla, bajo la protección del gobierno del Frente Popular, la conspiración de los generales monárquicos y fascistas comenzó inmediatamente. El gobierno del Frente Popular no tomó ninguna medida contra los oficiales del ejército fascista ¿Cómo podían actuar de otra manera si eso significaba la destrucción de la máquina estatal sobre la que descansa la clase dominante? Mientras que el gobierno no hizo nada, los grandes capitalistas desataron su arma de reserva: las bandas fascistas contra las organizaciones obreras, proporcionándoles fondos y armas. Si hubiera dependido de los liberales, los fascistas habrían ganado sin lucha.

Afortunadamente, las masas tomaron el asunto en sus propias manos. Cuando los generales fascistas trataron de transmitir su llamamiento a amotinarse en la España peninsular, el mensaje fue interceptado por los operadores de radio de la flota española. Las tripulaciones levaron anclas, transmitieron por radio a Madrid para advertir al gobierno y arrojaron a sus oficiales por la borda. Fue la clase obrera quien salvó la situación. Las milicias socialistas, comunistas y anarquistas, y sus camaradas en el ejército y en la marina, dirigieron el contraataque contra la arremetida fascista. Bajo la consigna inspiradora de la comuna asturiana, ‘Unión Hermanos Proletarios’, lucharon con valentía feroz y salvaron la situación.

Cómo podría haber ganado la revolución

La gran mayoría de los terratenientes y capitalistas apoyó a Franco y había huido a la zona Nacional. Pero los republicanos burgueses actuaron como un freno reaccionario sobre el movimiento de las masas. Temían a los obreros y campesinos mucho más que a los fascistas, ante quienes estaban dispuestos a capitular. Por lo tanto, la única política correcta habría sido romper con los republicanos burgueses y formar un gobierno obrero en base a los socialistas, los comunistas y la CNT. La única manera de derrotar a Franco era vinculando la lucha militar contra el fascismo con la lucha revolucionaria por la liquidación de la dictadura económica de los terratenientes y capitalistas.

Todas las fuerzas de la vieja sociedad, por lo tanto, conspiraron para derrotar al movimiento heroico de la clase obrera española. En el momento de la verdad, los dirigentes de todas las organizaciones obreras se pasaron al bando de la clase capitalista. Ellos justificaron su política de colaboración de clases por razones de la necesidad de luchar contra el fascismo y «por la democracia». Los trabajadores entendían la necesidad de luchar contra el fascismo y defender los derechos democráticos conquistados en la lucha contra los propios empresarios, banqueros y capitalistas «republicanos».

El armamento de la clase obrera y el establecimiento de comités obreros organizados o Soviets convertirían cada fábrica, cada barrio obrero y cada pueblo en un baluarte de la Revolución y en una formidable fuerza de resistencia contra los fascistas. Los trabajadores eran prácticamente la única fuerza armada. Los trabajadores se fueron apoderando de las fábricas y los campesinos se lanzaron a tomar la tierra. Las masas habían ido mucho más allá de los límites de la revolución democrático-burguesa y trataban instintivamente de avanzar hacia la revolución socialista. Lo que estaba ausente era un partido y una dirección revolucionarios. Pero, ¿quién podía proporcionarlos?

Los socialistas de derecha encabezadas por Prieto y Besteiro estaban abiertamente por la colaboración con la burguesía republicana. Pero nunca podrían haberlo logrado sin el apoyo de Largo Caballero y del ala izquierda del Partido Socialista. Si Caballero y los socialistas de izquierda hubieran mantenido una posición independiente, toda la situación habría sido diferente. Pero ellos se aferraban al ala de derecha, que a su vez se aferraba a los faldones de la camisa de los republicanos burgueses, que trataban de alcanzar un acuerdo con la reacción e hicieron todo lo que estaba en su poder para paralizar la resistencia de los trabajadores.

Revolución en Cataluña

En julio de 1936, los obreros de Barcelona salvaron a España de los fascistas. Cuando la guarnición militar local declaró su apoyo a la sublevación fascista, los trabajadores se levantaron espontáneamente, echando mano de cuchillos, palos y viejos fusiles de caza, y salieron a las calles. Después de algunos combates sangrientos, aplastaron a los fascistas. En ese momento, el poder estaba en manos de la clase obrera de Barcelona. Los servicios públicos estaban dirigidos sin problemas bajo la dirección de los sindicatos, que se habían apoderado de todo el transporte, incluyendo los ferrocarriles y las industrias clave de Cataluña. Hay un relato inspirador de esto en el famoso libro de George Orwell, Homenaje a Cataluña.

El poder es, en última instancia, cuerpos de hombres armados. En julio de 1936, los trabajadores españoles se levantaron contra los fascistas en respuesta al alzamiento militar de Franco. El viejo ejército fue destruido completamente y reemplazado por milicias obreras. Estas fueron las únicas fuerzas armadas que existían en el territorio de la República. Lo único que impidió que la clase obrera tomara el poder fue la dirección de sus propias organizaciones. Los dirigentes de todos los partidos obreros – anarquistas, socialistas, comunistas, e incluso el POUM – entraron en el gobierno de frente popular burgués y se convirtieron en el principal obstáculo en el camino de la revolución.

¿Qué hay de los anarquistas? Las «teorías» del anarquismo, como una vez observó Trotsky, son como un paraguas agujereado – inútil precisamente cuando llueve. La revolución española demostró la verdad de estas palabras en condiciones de laboratorio. En el momento de la verdad, los dirigentes anarquistas traicionaron todos los principios del anarquismo y del socialismo. Aun cuando el poder estaba en sus manos, se negaron a formar un gobierno obrero en Cataluña. Pero los mismos dirigentes posteriormente entraron en el gobierno burgués de Madrid y de Cataluña, precisamente en un momento en que la base de tales gobiernos había desaparecido.

El POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) fue un partido que, de palabra, defendía una política socialista. Pero la carencia de claridad teórica y la inconsistencia de Nin, Andrade y de los otros dirigentes ex-trotskistas del POUM fue fatal para la causa de los trabajadores. En el corto espacio de seis semanas, pasó de ser un partido de 5.000 a 30.000. De acuerdo con algunos informes, esta cifra se elevó hasta los 60.000 miembros. Esto era proporcionalmente mucho más de lo que los bolcheviques tenían en los primeros días de la revolución rusa.

En palabras, el POUM se describía a sí mismo como marxista. Sin embargo, el POUM no era trotskista, sino más bien centrista; es decir, una tendencia que permanece entre el reformismo y el marxismo. En lugar de tomar una posición de clase independiente, los dirigentes del POUM en Cataluña se arrastraban a la cola de los anarquistas y entraron en el gobierno burgués de Cataluña. Al hacerlo, prepararon el camino para su destrucción a manos de los estalinistas, y se aseguró la derrota de la Revolución. Incluso cuando fueron expulsados ​​del gobierno del Frente Popular en Cataluña, como resultado de la presión de los estalinistas, exigieron su reingreso.

Grandes sectores de la CNT – especialmente de la juventud – estaban disgustados con la traición de sus dirigentes y buscaban una alternativa. Las diferencias internas comenzaron a aparecer en las filas de los obreros anarquistas. Los «Amigos de Durruti» representaban una tendencia verdaderamente revolucionaria que estaba en el proceso de ruptura con el anarquismo y moviéndose hacia el marxismo. Si los dirigentes del POUM hubieran mantenido una verdadera política revolucionaria, podrían haber atraído a la mayoría de los activistas de la CNT. Pero la política del POUM desorientó a los trabajadores que se desplazaban hacia la izquierda y que buscaban en él una dirección. Al unirse al Frente Popular, la dirección del POUM desperdició la oportunidad de ofrecer esa alternativa.

La política exterior de Stalin

«Howard: ¿Esta declaración suya significa que la Unión Soviética ha abandonado a todos los niveles sus planes e intenciones de provocar una revolución mundial?
Stalin: Jamás tuvimos planes o intenciones de este tipo.
Howard: ¿Aprecia usted, sin duda, señor Stalin, que a gran parte del mundo se le ha distraído durante mucho tiempo con una impresión diferente?
Stalin: Esto es producto de un malentendido.
Howard: ¿Un trágico malentendido?
Stalin: No, cómico. O, tal vez, tragicómico … «

(Roy Howard, Entrevista a Stalin, Internacional Comunista, marzo/abril de 1936.)

Lejos de desear la victoria de la revolución socialista en España, Stalin estaba aterrorizado con la idea de que una revolución socialista triunfante en España socavara el poder de la burocracia en la URSS y condujera a su derrocamiento. Los obreros de Rusia estaban entusiasmados con la revolución en España, que fue el acontecimiento que más les agitaba desde la usurpación del poder soviético por Stalin. No es casualidad que Stalin desatara sus infames purgas precisamente en ese momento. El exterminio sangriento de todos los que habían estado conectados con las tradiciones democráticas e internacionalistas de Lenin y de la Revolución de Octubre fue una guerra civil unilateral de la burocracia estalinista contra el bolchevismo. Se trató de un ataque preventivo para evitar el peligro de un resurgimiento de la oposición leninista en Rusia, inspirada en el movimiento de los trabajadores españoles.

Bajo Lenin y Trotsky, la política exterior del Estado soviético estuvo siempre subordinada a los intereses de la revolución socialista mundial. Pero Stalin y la casta burocrática que representaba estaban guiados por consideraciones puramente nacionalistas. Ellos querían en ese momento aplacar a los capitalistas de Gran Bretaña y Francia, para conseguir una alianza contra Alemania. No querían estropear esto con una conflagración revolucionaria que se habría extendido a Francia y destruiría por completo el equilibrio político y social mundial. Por su parte, las llamadas democracias de Gran Bretaña y Francia hicieron todo lo posible para ayudar a Franco, mientras que se disfrazaban bajo la bandera hipócrita de la no intervención. La política contrarrevolucionaria de Stalin en España no persuadió a los imperialistas británicos y franceses de convertirse en aliados de la Unión Soviética, sino, por el contrario, colocó a la URSS en un peligro muy grave.

El estrangulamiento de la revolución española por los estalinistas tenía la intención de demostrar la «respetabilidad» de Stalin a Londres y París. Pero fracasó en producir el efecto deseado. La política de los capitalistas ingleses y franceses no fue dictada por su presunto amor de la «democracia», sino por sus desnudos intereses de clase y, sobre todo, por el miedo a la revolución en España. Escondiéndose detrás de la monstruosa política de «no intervención», hipócritamente hicieron la vista gorda a la ayuda prestada por las Alemania e Italia fascistas a Franco. Stalin envió suministros limitados de armas a España, no lo suficiente como para infligir una derrota militar decisiva sobre Franco, pero más que suficiente para ayudar a los republicanos – en connivencia con los estalinistas españoles – a reconstruir la maquinaria estatal capitalista destrozada.

Siguiendo las órdenes de Moscú, el Partido Comunista español arrojó la teoría ultraizquierdista del «social fascismo» sin ninguna explicación. En su lugar, adoptaron la línea de coalición con la burguesía «liberal», que Lenin siempre había condenado implacablemente. Con el fin de ocultar el carácter contrarrevolucionario de esta teoría menchevique de colaboración de clases, lo presentaron bajo el disfraz del «Frente Popular». Después de haber abandonado la política internacionalista revolucionaria de Lenin, que estaba basada en la defensa de la Unión Soviética, fundamentalmente con el apoyo de la clase obrera mundial, y en la victoria del socialismo internacional, la burocracia rusa intentó conseguir el apoyo de los «buenos» y «democráticos» Estados capitalistas (Gran Bretaña y Francia) contra Hitler. En un momento dado, ¡apoyaron incluso al fascismo italiano «bueno» contra la «mala» variedad de Alemania!

Los dirigentes del Partido Comunista español se convirtieron en los más fervientes defensores de la «ley y el orden» capitalistas. Bajo la consigna de «primero ganar la guerra, y luego hacer la revolución», sabotearon sistemáticamente todo movimiento independiente de los trabajadores y campesinos.

Contrarrevolución

Los estalinistas del PSUC (Partit Socialist Unificat de Catalunya, la federación catalana del PCE) ayudaron a los nacionalistas burgueses catalanes para reconstruir la vieja máquina del Estado capitalista en Cataluña, que había sido destruida por los trabajadores en julio de 1936. Con el fin de hacer esto, los obreros anarquistas y poumistas tenían que ser aplastados. Los estalinistas asumieron la responsabilidad principal de este trabajo sucio. Hacia finales de 1936, comenzaron a agitar a favor de la disolución de los comités de trabajadores, bajo el lema: «¡Todo el poder a la Generalitat!». Poco a poco, los elementos de control obrero iban siendo cercenados. Los dirigentes de la CNT no hicieron nada para detener el ataque dirigido por los estalinistas.

Una vez preparado el clima de reacción durante seis meses, en Mayo de 1937, los estalinistas golpearon. Trataron de apoderarse de la central telefónica de Barcelona, ​​que estaba bajo el control de la CNT. En respuesta a esta provocación, los trabajadores anarquistas y poumistas protagonizaron una insurrección en mayo de 1937. Este movimiento tuvo el apoyo abrumador de los obreros de Barcelona, e ​​incluso de las bases de los comunistas y socialistas. Durante cuatro días, el poder estuvo en manos de los trabajadores. Pero una vez más, el POUM y la CNT se negaron a tomar el poder.

Esta fue la última oportunidad para llevar a cabo la revolución en España. Con una dirección adecuada, los días de mayo podrían haber terminado en la victoria de los trabajadores Si el POUM y la CNT hubieran hecho un llamamiento a los trabajadores para tomar el poder, nada lo podría haber impedido. Después de estos acontecimientos, el periódico anarquista Solidaridad Obrera escribió: «Si hubiéramos querido tomar el poder, lo podríamos haber conseguido en mayo sin ninguna duda. Pero estamos en contra de la dictadura». Es imposible imaginar una confesión de bancarrota más vergonzosa.

El ejemplo de un gobierno revolucionario de los trabajadores y campesinos en Cataluña se habría extendido como la pólvora por el resto de España. Pero los dirigentes de la CNT y del POUM acudieron al rescate del Estado capitalista cada vez que parecía en peligro de derrumbamiento. Los dirigentes anarquistas, García Oliver y Federica Montseny, en ese momento ministros en el gobierno del Frente Popular, pidieron a los trabajadores que depusieran las armas y volvieran al trabajo. La sede central anarquista, la Casa de la CNT, ordenó a los trabajadores que abandonaran las barricadas. A regañadientes, los trabajadores obedecieron.

Esto desató una orgía contrarrevolucionaria. Al cabo de seis semanas, el POUM fue ilegalizado y la CNT desarmada. Los estalinistas comenzaron a acorralar a los anarquistas y a los poumistas. Andreu Nin y otros dirigentes del POUM fueron asesinados en las mazmorras secretas de la GPU de Stalin. Los comités y colectividades obreras fueron destruidos. En su excelente película, Tierra y Libertad, Ken Loach muestra cómo los estalinistas desarmaron a las milicias y disolvieron las colectividades campesinas. Esto era aproximadamente como un hombre que sierra la rama de un árbol sobre la que está sentado.

Por supuesto, los militantes de base del Partido Comunista y de la Juventud Comunista no pueden ser culpados por las políticas llevadas a cabo por sus dirigentes. En las filas del Partido Comunista había muchos luchadores de clase valientes cuyo único deseo era derrotar al fascismo y defender los intereses de los obreros y de los campesinos. Hicieron grandes sacrificios y muchos de ellos perdieron la vida en esta sangrienta batalla con la reacción. La tragedia del Partido Comunista español fue que, sin el conocimiento de las bases obreras, los dirigentes siguieron ciegamente los dictados de Stalin y de la burocracia de Moscú, que perseguían sus propios intereses con un cínico desprecio a la causa del comunismo mundial y de la revolución socialista. Al final, fueron los trabajadores y el propio Partido Comunista quienes pagaron el precio por estas traiciones.

El golpe de Casado

La liquidación de la revolución condujo inevitablemente al desastre que Trotsky había predicho. Los estalinistas apoyaron al llamado gobierno de la victoria de Negrín, el socialista de derecha, que de hecho presidió las derrotas más terribles. Eso fue inevitable una vez que la contrarrevolución burguesa había triunfado en la retaguardia republicana. En la revolución, incluso más que en la guerra, la moral es el factor clave. En términos puramente militares, la revolución no podía triunfar contra el ejército profesional franquista con oficiales entrenados y expertos militares. La ofensiva tan anunciada en el Ebro terminó en derrota, lo que dejaba a Cataluña a merced de Franco. La clase obrera estaba desilusionada y desmoralizada.

Después de haber hecho el trabajo sucio, los estalinistas fueron despachados sin contemplaciones. La consigna del PCE era: «Primero ganar la guerra, y luego llevar a cabo la revolución». Pero la destrucción de la revolución llevó inevitablemente a la derrota en la guerra. El desastre final que fluía de la falsa política del frentepopulismo se produjo entre el 26 de marzo y 1 de abril de 1939. El derrocamiento del gobierno del frente popular no fue llevado a cabo por Franco, sino que se produjo desde dentro, cuando el coronel «republicano» Segismundo Casado y el ala socialista de derecha de Julián Besteiro organizaron un golpe de estado contra el gobierno y formaron una junta militar encabezada por el general Miaja. Su objetivo era negociar un acuerdo de paz con Franco y purgar a todos los comunistas del gobierno y de las fuerzas armadas. Casado aplastó a las fuerzas comunistas. El periódico del PCE Mundo Obrero fue cerrado, y Casado ordenó detenciones masivas de los comisarios y militantes comunistas. Esta fue la recompensa recibida por el Partido Comunista por colaborar lealmente con la burguesía «progresista».

Durante un período de casi tres años, la revolución española fue estrangulada poco a poco. En la primera etapa, los liberales se inclinaron a los comunistas para aplastar a la izquierda (los anarquistas y el POUM). Esto preparó el camino para el aplastamiento de los comunistas por sus aliados liberales burgueses, que a su vez fueron aplastados por Franco. Casado había entrado en negociaciones con Franco en la creencia de que él y sus amigos se salvarían. El gobierno británico le dijo que Franco garantizaría la vida de los republicanos. El agente quintacolumnista, coronel José Cendaño, también le prometió que Franco garantizaría la vida de los oficiales republicanos que «no hubieran cometido ningún crimen». Pero desde el punto de los fascistas, todos los republicanos habían cometido crímenes. Franco sólo estaba interesado en una rendición incondicional.

Ahora no había nada que impidiera a los ejércitos de Franco asumir el control. Negrín huyó a Francia, seguido poco después por La Pasionaria y la mayoría de los demás dirigentes del PC. Cientos de miles de republicanos, comunistas y socialistas fueron detenidos e internados en campos de concentración y, en un número incontable, fueron asesinados o desaparecidos en las cárceles franquistas. Sobre el mediodía del 27 de marzo de 1939, las fuerzas de Franco ocuparon Madrid sin apenas resistencia. El 1 de abril de 1939, Franco declaró la victoria. Una larga pesadilla comenzó para el pueblo español que duró casi cuatro décadas.

Contrarrevolución bajo un disfraz democrático

La clase obrera española pagó un precio terrible por las políticas falsas, la cobardía y la completa traición de sus dirigentes. Los fascistas se tomaron una venganza terrible sobre los trabajadores. Hasta un millón de personas murieron en la propia Guerra Civil. Decenas de miles más fueron asesinadas en el período inmediatamente posterior a la derrota. El mundo entero pagó también un precio terrible. Esa derrota de los trabajadores españoles eliminó el último obstáculo para una nueva guerra mundial que terminó con la muerte de 55 millones de personas.

Tomó mucho tiempo antes de que el proletariado español pudiera recuperarse del trauma. Pero a pesar de las duras y peligrosas condiciones, los trabajadores españoles recuperaron gradualmente su espíritu de lucha. En la década de 1960 las primeras huelgas de los mineros de Asturias anunciaron la re-emergencia del proletariado como fuerza revolucionaria. Y durante todo el período que le siguió, fue la clase obrera quien encabezó la lucha contra la dictadura con extraordinaria valentía y determinación.

Cuando Franco murió finalmente el 20 de noviembre de 1975, España estaba una vez más atrapada en las garras de un levantamiento revolucionario. Los trabajadores más avanzados comprendían instintivamente que no bastaría con derrocar la dictadura de Franco, sino que más bien lo que se requería era destruir sus raíces. El movimiento tuvo un carácter claramente anticapitalista. La huelga general de Vitoria en marzo de 1976, con la aparición de elementos de doble poder, fue el punto culminante de este magnífico movimiento. La masacre de los trabajadores de Vitoria en marzo podría haber sido la señal para una huelga general indefinida. Pero una vez más, los dirigentes del PCE se pusieron primero a buscar un pacto con la burguesía.

transicion manifestacionEn enero de 1977, el brutal asesinato de cinco abogados de Comisiones Obreras en el barrio de Atocha de Madrid, por un grupo de pistoleros fascistas, provocó un sentimiento de furia en la clase obrera. El ambiente, como muy bien recuerdo, estaba al rojo vivo. Pero una vez más los dirigentes del PCE pusieron los frenos. El funeral de los abogados se convirtió en una manifestación masiva que paralizó Madrid. Todo el país habría respondido a una convocatoria de huelga general, o incluso a un levantamiento. Pero el servicio de orden del PC silenció cualquier consigna o cántico, e impidió que se desplegara cualquier bandera o pancarta. Los trabajadores se vieron obligados a marchar en silencio, ahogándose en su rabia.

Los dirigentes del PCE estaban ansiosos por demostrar a la burguesía que podían ser confiables para mantener a las masas bajo control. Lo que querían no era la revolución, sino un acuerdo con la burguesía. Habían puesto en marcha la «Junta Democrática», que incluía a ex fascistas. Para no quedarse fuera de juego, los dirigentes del Partido Socialista (PSOE) lanzaron su propio Frente Popular, la «Plataforma Democrática». A espaldas de la clase obrera y de las bases del PCE, Carrillo llegó a un acuerdo con Adolfo Suárez, el líder del fascista Movimiento Nacional – el partido único franquista – que fue nombrado por el rey Juan Carlos como presidente del gobierno.

Con el fin de cerrar el acuerdo, los dirigentes obreros no sólo accedieron a renunciar a la lucha contra el capitalismo. Incluso abandonaron las reivindicaciones democráticas más elementales, como la abolición de la monarquía. Todo esto era un anatema para la inmensa mayoría de los trabajadores, tanto socialistas como comunistas, que durante años habían estado arriesgando sus vidas en la lucha contra el régimen de Franco.

La «Transición» – el fraude del siglo

Pactos, acuerdos, consenso, coaliciones con la burguesía: todo esto se había convertido en el pan de cada día de los estalinistas durante décadas. Por supuesto, estamos hablando aquí de los dirigentes. Las bases comunistas nunca habían abandonado su lealtad a la lucha de clases y al socialismo. Aceptaron con los dientes apretados los dictados de los Líderes, consolándose con que estas claudicaciones eran meramente «tácticas», que fueron dictadas por necesidad, y que en el futuro el Partido saldría con sus verdaderos colores. Pero nunca lo hizo. Este oportunismo sin principios no era táctico sino orgánico.

Cuando Santiago Carrillo murió, la prensa liberal burguesa publicó los tributos más elogiosos para el hombre que los salvó. Un agradecido Juan Carlos fue a visitar su lecho de muerte sólo dos horas después de su fallecimiento, diciendo que el ex secretario general del PCE había jugado un «papel fundamental» en el establecimiento de la democracia en España. Esa es la pura verdad. Carrillo y los otros dirigentes del PCE jugaron un papel clave en el debilitamiento del movimiento revolucionario de la clase obrera y en ayudar a la burguesía a restaurar su control cada vez que se le escapaba de las manos. Por supuesto, los dirigentes del PSOE no eran ni una pizca mejores, pero no comandaban el tipo de apoyo que estaba en manos del PCE y de Comisiones Obreras y que controlaban en ese momento.

El resultado de estas intrigas palaciegas fue ese aborto abominable bautizado como la «Transición Democrática». Este fue el fraude del siglo. La llamada Transición Democrática fue una traición a todo por lo que los trabajadores españoles habían estado luchando. El viejo régimen se mantuvo prácticamente intacto, aunque ahora ungido con un poco de aceite «democrático». Los viejos cuerpos represivos se mantuvieron como estaban. La Guardia Civil continuó disparando a los manifestantes, torturando y asesinando a los presos en las cárceles. Los privilegios monstruosos de la Iglesia Católica Romana, ese baluarte de la contrarrevolución fascista, se dejaron intactos, una carga intolerable sobre el pueblo español. Los vastos ejércitos de monjas y sacerdotes permanecieron a cargo de sus escuelas, y sus sueldos pagados por el contribuyente.

Ni una sola persona fue castigada por los crímenes, asesinatos y atrocidades de la dictadura. Los asesinos y torturadores caminaban libremente por las calles donde podían reírse en la cara de sus víctimas. Se suponía que el pueblo español debía simplemente olvidar el millón que murió en la Guerra Civil. Los libros de historia fueron reescritos de tal manera que se suponía que nada de esto había sucedido. Las fosas comunes, donde miles de cadáveres sin nombre yacían debajo de olivares y puertos de montaña, fueron dejadas tranquilas para no impedir que los turistas admiraran la vista del paisaje.

Lo más difícil de aceptar para todos los trabajadores fue el reconocimiento de la Monarquía. Hubo un sentimiento de amarga decepción. Miles de activistas que habían sacrificado tanto, arriesgado sus vidas, perdido su trabajo, sufrido encarcelamiento, palizas y torturas, renunciaron a los partidos socialista y comunista con indignación. Esto preparó el camino para un reflujo prolongado en el movimiento obrero, que ha durado hasta hace muy poco.

La venganza de la historia

Santiago Carrillo y los otros dirigentes del PCE defendieron un «compromiso histórico» entre conservadores y comunistas. En realidad, fueron los primeros quienes ganaron todo, mientras que los comunistas lo perdieron todo. El PCE pagó el precio por el oportunismo de sus dirigentes. Su voto se redujo drásticamente, mientras que el del Partido Socialista aumentó ¡Por supuesto! Si hay dos partidos obreros, uno grande y uno pequeño, con políticas y programas similares, los trabajadores votarán por el mayor de los dos. En los años que siguieron, el PCE vio declinar su influencia; su militancia y su voto se hundieron. Se ha convertido en una sombra de lo que fue. Este partido una vez poderoso ha sido disuelto prácticamente en Izquierda Unida. Se trata de un destino trágico para un partido que fue construido a través del heroísmo y del sacrificio de una generación de militantes obreros que arriesgaron sus vidas en la lucha clandestina contra la dictadura de Franco.

Sin embargo, al calor de la actual crisis económica y social en España, tanto el Partido Comunista como Izquierda Unida están experimentando una recuperación. Eso es bastante natural. Los trabajadores y la juventud radicalizada están buscando una manera de salir del callejón sin salida del capitalismo. Están buscando la bandera del comunismo – la bandera de la revolución socialista. El Partido Comunista hoy sigue siendo, con mucho, el mayor contingente dentro de Izquierda Unida, y ha mostrado recientemente signos de moverse hacia la izquierda, lo cual tiene que ser celebrado. Las bases comunistas están volviéndose cada vez más críticas con su propio pasado, en particular con la llamada transición democrática.

Sienten instintivamente que la posición privilegiada de la Iglesia y de la Monarquía es una violación intolerable de los derechos democráticos básicos, y tratan de regresar a las genuinas tradiciones del comunismo, a las ideas de Marx y de Lenin. Están diciendo: «El régimen de 1978 está acabado» ¡Sí! Pero lo que se necesita es un debate profundo y honesto sobre el pasado y un análisis de los errores que se cometieron. Es necesario romper totalmente con las políticas del «consenso», de pactos y alianzas con la burguesía. El Partido Comunista debe defender una política comunista, una política leninista basada en la completa independencia de clase y en una lucha contra todas las formas de privilegio, de opresión y de dominación de clase. El Partido Comunista debe luchar por el socialismo, no en palabras sino en los hechos, no en un futuro oscuro y lejano, sino aquí y ahora.

Más de tres décadas después de la traición de la Transición, España se mueve de nuevo hacia un levantamiento revolucionario. El país se enfrenta ahora a un enorme desempleo y a la crisis económica más profunda desde hace décadas. Después de un largo período de relativa quietud, hay claros signos de un resurgimiento de la lucha de clases. En 2011 tuvimos el impresionante movimiento de la juventud revolucionaria, con cientos de miles de indignados que ocuparon las principales plazas de las ciudades españolas. Más de seis millones de personas, de acuerdo con una encuesta de opinión de IPSOS, dijeron que habían participado de un modo u otro en el movimiento.

Ha habido protestas masivas contra las medidas de austeridad del gobierno de Rajoy, huelgas generales y el impresionante movimiento de los mineros, que recordaba las tradiciones de la década de 1930. Sólo en 2012, hubo dos huelgas generales de 24 horas. También ha habido movimientos masivos contra los recortes en educación, un movimiento exitoso contra la privatización de la sanidad en Madrid, grandes manifestaciones y acciones directas para resistir los desahucios y embargos, el movimiento victorioso en el barrio de Gamonal (Burgos) contra la especulación urbanística, las huelgas indefinidas de los maestros de Baleares, de los trabajadores de Panrico, de la limpieza de Madrid, de Coca Cola, etc.

Sin embargo, para tener éxito estos movimientos requieren una expresión política organizada.  La nueva generación de activistas está buscando ideas, una bandera y una organización. Pero los dirigentes de los principales partidos obreros no han aprendido nada y lo han olvidado todo. Por lo tanto, no es de extrañar que la juventud despliegue desconfianza y escepticismo hacia los dirigentes y partidos que no ofrecen una alternativa clara a la injusticia, el caos y la criminalidad del capitalismo. Y están buscando respuestas a las muchas preguntas sin respuesta que quedan del pasado. La erupción repentina de PODEMOS en la escena fue una expresión gráfica de este hecho. Ha proporcionado un canal para la expresión de toda la ira y la frustración que se han ido acumulando en la sociedad española durante décadas.

El rápido ascenso de PODEMOS es un reflejo de la incapacidad de las viejas direcciones de presentar un programa revolucionario que pueda atraer a los jóvenes y trabajadores. Ha atraído a muchas de las capas más activas y enérgicas de la sociedad. Ha despertado grandes esperanzas. Pero carece de muchas cosas: una organización debidamente estructurada y un programa socialista claro y sin ambigüedades. Hay un debate en curso, que puede resolver estas deficiencias. Pero la condición previa para esto es un análisis serio, honesto y crítico de los errores del pasado. El único camino para que los trabajadores españoles aseguren su victoria futura es aprender las lecciones de la revolución española de 1931-1937 y de la guerra civil. Sin esta comprensión estarían condenados a cometer errores similares y a sufrir el destino de sus padres y abuelos

Todos los intentos de enterrar el pasado han fracasado. En su búsqueda de la «memoria histórica», la nueva generación está excavando las tumbas, y rescatando los restos mortales de las víctimas del fascismo. Al hacerlo, no sólo están luchando por la justicia. También están luchando para recuperar las genuinas tradiciones de las generaciones pasadas. Después de todo, ¿qué esperanza hay para un país que ha perdido su pasado? Cuando un hombre o una mujer sufren de amnesia, van a un médico para recibir tratamiento. Cuando todo un pueblo sufre de amnesia colectiva es necesario suministrarle el tratamiento más drástico. Los poderosos intereses creados desean mantener el pasado de España cerrado y bajo llave. Pero la clase obrera y todas las fuerzas vivas del Estado español exigen la verdad y no estarán satisfechas con menos que eso.

En el orden del día está planteado un retorno a las décadas de 1930 y 1970, pero a un nivel cualitativamente superior. Después de décadas de vivir una mentira, la gente está cuestionando la propia naturaleza de la infame «Transición a la Democracia». Las banderas republicanas están ondeando de nuevo desafiantes en las manifestaciones. Son vistas por muchos en el movimiento comunista y en Izquierda Unida como un símbolo de la lucha contra un régimen reaccionario y en bancarrota que se impuso al pueblo como parte de una estafa «democrática». Y tienen bastante razón. Ningún progreso será posible hasta que esta estafa quede desacreditada y sea derribada.

Hoy la Revolución Española sigue siendo una fuente de inspiración inmensa. Trotsky dijo que la clase obrera española pudo hacer no una, sino diez revoluciones. Ésta desplegó un tremendo coraje, iniciativa y energía. Pero al final fracasó, y el pueblo español pagó un precio terrible por ese fracaso. Por tanto, es esencial que la nueva generación preste mucha atención a las razones de esa derrota. Y no hay mejor manera de entender las lecciones de la década de 1930 que leer este libro.

Es la tarea de los marxistas españoles llevar las lecciones del pasado a la clase obrera y a la juventud. Los dirigentes reformistas ya no tienen el mismo dominio férreo sobre la clase obrera que tenían en el pasado, mientras que el anarquismo en España es una mera sombra de lo que fue. La crisis mundial del capitalismo coloca de nuevo en el orden del día la transformación socialista de la sociedad. Es el deber de todos los trabajadores conscientes estudiar las lecciones de la revolución española, y el libro de Félix Morrow proporciona la clave para la comprensión de que es una precondición necesaria llevar a cabo la lucha a una conclusión victoriosa. En palabras de George Santayana: «El que no aprende de la historia siempre estará condenado a repetirla».

Londres, 1 de septiembre de 2014

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